domingo, 21 de marzo de 2010

Formas tecnológicas de vida (Módulo TTC)

¿Qué pasa cuando las formas de vida se convierten en tecnológicas?. Es la pregunta que se hace Lash Scott. Un primer impacto es que nos enfrentamos con nuestro medio ambiente en interfaz con los sistemas tecnológicos, a tal punto, que nos es difícil ya pensar en poder vivir y funcionar sin nuestros dispositivos tecnológicos que utilizamos para estar cada vez más intercomunicados.[1]

A nuestro alrededor podemos ver las formas tecnológicas de vida que nos rodea; todo o casi todo funciona gracias a la electricidad; todas constituyen nuestras herramientas. Nuestras herramientas son artefactos que dependen, de alguna forma, de redes.

A través de estas redes, somos relacionales con los demás, generamos compromisos, dando lugar a nuevas prácticas y relaciones y olvidando otras. Cuando alguien se comunica con nosotros, está lejos, pero también está cerca. La cuestión, nos dice Scott, es que somos y conformamos un entorno tecnológico.

Es interesante el concepto de clausura operacional, por la cual reaccionamos a los cambios de acuerdo a nuestra educación y formación previa y, se da la paradoja de que, cuando más inteligencia o preparación poseemos y, por lo tanto, más incorporamos de nuestro entorno, menos cambiamos.

Jeremy Rifkin plantea que nos acercamos a la tercera revolución industrial, basada en tecnologías y energías en red; desencadenada por una nueva crisis del petróleo, esta vez para intentar abandonar la era del petróleo (cada vez más escaso) definitivamente, reemplazándolo por hidrógeno como fuente de energía.[2]

No todo son bonanzas en el entorno en que vivimos. Este entorno tecnológico, es gobernado por el mercado y, ¿cuál es el peligro o los peligros de que a una sociedad globalizada la controle el mercado?. El problema en realidad no es el mercado en sí, sino que el problema está en el grado de regulación que puedan ejercer los estados sobre los monopolios. En el mercado neoliberal que impera en gran parte del planeta, este marco regulatorio pocas veces funciona en beneficio de la comunidad. Como resultado, tenemos una gran corporación que decide qué se debe usar, cómo se debe usar y cuándo se debe usar, siempre pagando por el derecho a usar o a no usar sus productos claro está. El mercado funciona mediante el pago de patentes o derechos de producción o de patentes, etc. que nos son vendidas como marcas. Nosotros consumimos y pagamos por este entorno tecnológico.

El mundo tal como lo vemos empieza a tener un sentido. Los laboratorios producen objetos que se pueden cargar de propiedad. O sea, no se inventa cualquier cosa. La investigación tiene que ser algo que se pueda cargar de propiedad. Por eso, podemos afirmar, habitamos un mundo que fue inventando para poderlo cargar de propiedad. Los objetos se cargan con las ideas patentadas y circulan en el entorno buscando donde asentarse para obtener una renta, para convertirse en ganancia. Entenderán que no es necesario un mundo real, de carne y hueso para que las ideas fluyan y obtengan ganancias. Basta con escenarios, con ficciones.



[1] Lash, Scott, Crítica de la información. Buenos Aires, Amorrortu, 2005. Caps. 2 y 14.-

[2] Jeremy Rifkin, Empieza la tercera revolución industrial, Clarín, artículo 2 de abril 2006.-

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